Cristo no es un producto que se vende

Recuerdo algo que ocurrió el primer año que le entregué mi vida a Cristo. Tenía muchas ganas (y sigo teniendo) de que las personas experimentaran la misma libertad que Cristo me había dado, pero no tenía idea de JESUScómo hacerlo.

Un día, una amiga a la que le había dicho que era cristiano me llamó llorando por teléfono. En seguida le pregunté qué había sucedido y me dijo que su novio la había dejado y estaba destrozada emocionalmente.

No sabía muy bien qué responder y lo único que se me ocurrió decirle fue si me dejaba orar por ella. Me dijo que sí y entonces oré que Jesús la consolara en medio de esa situación tan triste. Después de orar por ella, me dijo que se sentía mejor y me dio las gracias.

Aproveché el momento para invitarla a la iglesia local donde asistía y me dijo que vendría el siguiente domingo.  Efectivamente, el siguiente domingo vino a la iglesia y también el siguiente domingo después de ese. Yo estaba muy contento por ver a mi amiga venir a la iglesia a escuchar la palabra de Dios. Sin embargo, el tercer domingo ya no vino. La llamé por teléfono para preguntarle cómo estaba y me dijo que estaba muy bien… “muy feliz” porque ahora tenía «otro» novio.

Yo me sentí terriblemente triste y decepcionado.. no entendía en ese momento que mi amiga pudiera olvidarse de Cristo tan rápido, pero años después me di cuenta que a mi amiga nunca le hablé acerca del “Cordero de Dios que quita el pecado”. Solo le hablé de alguien que podía quitar su tristeza temporal, pero nunca de las consecuencias eternas de su pecado, por lo tanto ella nunca pudo conocer a Cristo como Salvador.

Algunas veces hemos cometido el error de presentar a Cristo como si fuera un producto que se vende: Ven a Jesús, pruébalo, verás como te hace la vida mejor, te hace sentir más feliz, más pleno, además viene con un año de garantía y si no te gusta lo puedes devolver. Otras veces cometemos el error de presentar a Cristo como si fuera Papa Noel (o Santa Claus para los americanos): Dale tu corazón a Jesús, pórtate bien durante el año y te va a dar los regalos que le pides.  O incluso como si fuera un hombre solitario buscando amigos: Pobrecito Jesús, mira como está tocando a la puerta de tu corazón… ábrele la puerta porque está muy solito.

Pero la realidad es que Cristo no vino a hacernos la vida más cómoda sino a salvarnos de nuestra maldad. Cuando entendemos que nuestro mayor problema es el pecado, entonces podremos adorar a Cristo como el Cordero de Dios, y podremos permanecer firmes en los momentos de dificultades y tribulaciones, sabiendo que el Hijo de Dios nos rescató de una muerte eterna y por lo tanto nuestra gratitud y nuestra adoración también serán eternas. Pero si solo vemos a Jesús como «un producto» que quita nuestros problemas temporales, nuestra adoración y rendición serán meramente temporales, y cuando vengan los momentos difíciles y las tormentas de la vida, no permaneceremos fieles.

Te animo a presentar a Cristo de una manera clara, como el Cordero de Dios que quita el pecado, no como el psicólogo que quita la tristeza ni como el economista que te ayuda a superar tu crisis económica.

Cristo murió la muerte más terrible porque nuestro pecado es terriblemente destructivo y el mayor problema de la humanidad. Por eso Dios, lleno de infinito amor, nos dio un Salvador capaz de borrar todos nuestros pecados y perdonarnos para siempre.

Doce consecuencias de practicar el pecado

desierto

  1. El pecado trae vergüenza (Génesis 3:7-8)
  2. El pecado produce maldición y muerte (Romanos 6:14, Santiago 1:15)
  3. El pecado nos domina y esclaviza (Salmos 119:133, Juan 8:34)
  4. El pecado endurece nuestro corazón (Hebreos 3:13)
  5. El pecado es una carga pesada sobre nosotros (Salmos 38:4)
  6. El pecado nos aleja y separa de Dios (Romanos 3:23)
  7. El pecado nos condena y hace culpables (1 Juan 3:4)
  8. El pecado nos engaña y nos impide ver la verdad (Romanos 7:11, Hebreos 3:13)
  9. El pecado nos ensucia (Jeremías 2:22)
  10. El pecado afecta más personas que a la persona que lo comete (Romanos 5:12, 5:19)
  11. El pecado nos acusa (Isaías 59:12)
  12. El pecado estorba nuestra oración (Miqueas 3:4)

El pecado trae vergüenza, Cristo trae identidad

Adán y Eva experimentaron vergüenza cuando desobedecieron a Dios. Por primera vez, el ser humano cayó de su posición de honor y lo primero que intentó hacer fue ocultarse de los ojos de Dios. La vergüenza es una consecuencia de nuestro pecado, normalmente acompañada de culpa.

¿Cuántas veces has sentido vergüenza cuando has cometido pecado? Es un sentimiento horrible, quieres esconderte debajo de las piedras o desaparecer.  Me recuerda a la mujer que fue sorprendida en adulterio y que trajeron delante de Cristo. Su desnudez al descubierto, su pecado sacado a la luz  y una multitud deseando apedrearla.

Lo más sorprendente es la respuesta de Cristo. En lugar de condenarla según lo establecido por la ley, le devolvió su identidad, restauró su honor y la levantó de la tremenda humillación que había experimentado.

«Ni yo te condeno, vete y no peques más». Las palabras que cambian la vergüenza de pecado por una vida que experimenta la gracia del Hijo de Dios.

El pecado trae vergüenza pero Cristo nos da identidad. Sigue las palabras de Jesús, no peques más, recibe la gracia que Cristo ofrece a todos aquellos que se arrepienten y levanta bien alto tu cabeza porque cuando Él nos perdona, la vergüenza no debe tener más lugar en nuestra vida.

Pregunta: ¿Por qué crees que la gracia de Cristo quita nuestra vergüenza?