Ocho consejos para evangelizar

Captura de pantalla 2015-08-05 a la(s) 13.59.58Gracias por ser una voz que clama en el desierto de tu ciudad y por salir de tu comodidad para hablar con las personas acerca de Jesús. Me gustaría darte ocho consejos que te serán útiles cuando compartas las buenas noticias de la cruz con personas en la calle. Sigue leyendo

Arturo, el taxista

taxi-2014Ayer me subí a un taxi en la Ciudad de México para ir a casa de mis padres. En el primer semáforo en rojo, el conductor sacó un libro que hablaba de la historia de Noé y el arca. La verdad es que me llamó mucho la atención y le pregunté al conductor:
Disculpe, ¿usted es cristiano?
Así es – me respondió el taxista
¡Qué bien! – Me alegré mucho de saber que el conductor era cristiano, pero al mismo tiempo recordé que hay muchas personas que asisten a iglesias cristianas pero que aún no han tenido revelación de la cruz, así que comencé a hablar con él para saber «dónde» se encontraba.

Durante mi conversación supe que el conductor se llamaba Arturo y que asistía a una iglesia… comencé a hablarle sobre la eternidad y cuando le pregunté a dónde iría si muriera esa noche, me sorprendió su respuesta: Sigue leyendo

Conversando con Thomas Antoine

PARISBrittney y yo llegamos a París un día después del atentado al periódico francés Charlie Hebdo. Teníamos planeado predicar al aire libre en el centro de París el viernes por la tarde pero después de tales acontecimientos y del estado de shock que se respiraba en París decidimos que lo más prudente era no hacerlo.

Sin embargo, nuestra oración es que Dios nos permitiera tener encuentros divinos y que pudiéramos sembrar el evangelio en la medida que Dios nos permitiera.

Conocimos a Thomas Antoine fuera de la emblemática iglesia de Notre Dame, él estaba sentado fumando un cigarillo cuando nos acercamos a él y comenzamos a hablarle: Sigue leyendo

Conversando con un marroquí

CristoDurante los años que he vivido en Madrid he podido hablar con algunos musulmanes pero nunca había tenido una conversación como la que tuve hoy con Abel, un chico marroquí de 20 años.

Abel nos ha escuchado predicar en la calle algunas veces y hoy, mientras iba a su trabajo, se detuvo a escucharnos predicar. Fue entonces cuando comencé a hablar con él.

La conversación que tuve con él es un poco larga y he querido transcribirla con el mayor detalle posible, así que te tomará algunos minutos leerlo, pero te animo a que llegues hasta el final de la conversación. ¡Es muy alentador!

Después de presentarme y preguntarle su nombre, le hice la siguiente pregunta:

Abel, ¿tú crees que si murieses hoy irías al cielo?
Sí, iré al cielo. – respondió Abel
¿Cómo estás tan seguro de qué entrarás al cielo?
Porque conozco a Dios. Todos iremos al cielo y luego seremos juzgados.

Nunca había escuchado el concepto de que seremos juzgados después de ir al cielo, pero ya que me había hablado del juicio, le dije:

– Tienes razón, todos seremos juzgados, pero el juicio es para saber si iremos al cielo o no. ¿Conoces las leyes por las cuales seremos juzgados en el juicio?– Sí, las conozco.

Le hablé acerca de dos mandamientos y me dijo que sería culpable por haberlos roto. Su cara cambió, había convicción de pecado sobre él.

– Abel, ¿a dónde irán los culpables en el día del juicio?
– Al infierno. – respondió sin dudar.
– ¿Te preocupa? – le pregunté.
– Sí, me preocupa. – respondió con timidez.
– ¿Qué pensarías de alguien que quisiera recibir tu castigo para que no vayas al infierno?
– ¿Quién podría hacerlo?

La pregunta de Abel me conmovió, sabía que algo en su corazón estaba siendo tocado. Le respondí:

– Abel, yo no podría pagar por ti. Yo soy culpable igual que tú. Tendría que ser alguien que nunca hubiera pecado, ni una sola vez, en toda su vida, alguien perfecto dispuesto a recibir tu castigo.– ¿Quién es? – Me preguntó nervioso, deseando escuchar el nombre de la persona que podría tomar su lugar.
– ¿Estás seguro que no sabes de quién hablo? – le pregunté
¿Jesucristo? – me respondió

El hecho de que supiera que estaba hablando de Cristo me dio mucho gozo.  Comencé a explicarle lo que Cristo hizo por él cuando murió en la cruz y cuando resucitó. Le hablé del arrepentimiento de pecados y de poner toda su confianza en Cristo.. y cómo Cristo era el único que podía salvarlo. Entonces me hizo la siguiente pregunta:

– ¿Por qué hay que pedírselo a Cristo y no a Dios?

Me quedé en blanco por un momento, no me esperaba su pregunta, pero tenía todo el derecho a preguntarse por qué le pedimos perdón a Cristo y no a Dios, ya nadie le había dicho que Cristo es Dios, entonces le dije:

– Cristo es Dios. Cristo es la imagen visible de Dios. Dios se hizo hombre para poder ocupar tu lugar. Dios pagó por tus pecados en la cruz. Como tú sabes, Abel, sangre es necesaria para  perdonar pecados, pero en la tierra no había nadie que tuviera sangre inocente que pudiera perdonar el pecado de los hombres.. por eso Dios vino a la tierra para dar su propia sangre por nosotros.

Abel estaba sorprendido. Me preguntó por qué estaba en la calle hablando de Cristo con las personas. Le conté mi testimonio y cómo Cristo es el único que pudo cambiar mi corazón de verdad y arrancar de raíz mi pecado. Entonces le pregunté:

– Abel, ¿quieres conocer a Cristo?

Después de pensarlo un par de segundos, me dijo: Sí, quiero conocerlo.

Abel, ¿me dejarías hacer una oración ahora y pedirle a Cristo que se revele a tu vida?
– Sí

Oré por él y algo en su espíritu fue tocado. Al terminar de orar me dio las gracias y se despidió para ir a su trabajo.

Esta conversación me impactó mucho y os pido que oréis por Abel. Creo que Dios quiere revelarse a él mucho más de lo que nosotros queremos, así que oremos que los ojos de Abel sean abiertos y pueda ver la luz y gloria del Rey Jesús. También aprovecha este tiempo para orar por la comunidad musulmana que vive en tu ciudad, intercede por ellos, pídele a Dios que traiga revelación de Cristo sobre ellos y que se rompa todo poder del Islam sobre sus vidas, en el nombre de Jesús.

¿Y los que matan?

Hace unos días hablé con un hombre en la Puerta del Sol. Me llamó mucho la atención lo mucho que se refugiaba en que leía la Biblia todos los días. Tuve que confrontarlo y decirle que leer la Biblia no era ninguna garantía de entrar al cielo. Comencé a hacerle preguntas sobre algunos de los mandamientos y me decía que era culpable de haberlos quebrantado.

Cuando le pregunté que qué pensaría de una persona perfecta que estuviera dispuesta a recibir su castigo para que él no fuera al infierno me dijo que no existía ni una sola persona  que estuviera dispuesto a recibir el castigo que él merecía. Entonces me hizo una pregunta que me sacudió: «¿Y los que matan?, ¿qué pasa con los que han matado a personas?». Me quedé boquiabierto, no sabía si estaba entendiendo muy bien su pregunta. Entonces le dije: «¿Cómo?». Y me dijo: «He matado a personas en mi país… qué es lo que tiene que hacer una persona que ha matado para que Dios lo perdone?»

Me quedé completamente helado.  Le respondí: «Lo que Cristo hizo en la cruz es capaz de perdonar cualquier pecado, pero tienes que arrepentirte de corazón para con Dios y perdonar a tus enemigos.» Me dijo: «No estoy preparado». En su cara se notaba un dolor profundo y una gran vergüenza de lo que había hecho en el pasado, pero no estaba dispuesto a perdonar a sus enemigos y tampoco a arrepentirse delante de Dios.

Le animé a que no lo dejara para después,  le advertí que no sabemos cuánto tiempo tenemos por delante y que nadie tiene el día de mañana garantizado.

En la conversación que tuve con este hombre supe que nos había estado escuchando predicar en la Puerta del Sol durante varios meses. También supe que había estado involucrado en la mafia colombiana y que su mujer está muriendo de cancer.

Pregunta: ¿Cómo le hubieras respondido a este hombre?

Evangelizando a un niño

Hace dos días tuve mi primer experiencia evangelizando a un niño madrileño de 9 años: Gastón. Lo conocí en la calle en un tiempo de evangelismo con la Iglesia Cuadrangular de la calle Monederos (Madrid). Mientras alguien daba su testimonio y otra persona del equipo predicaba un sermón ilustrado, Gastón estaba completamente anclado en el suelo escuchando atentamente.

Al terminar el sermón me acerqué a él y comencé a preguntarle acerca de la eternidad. Me dijo que él entraría al cielo porque era muy bueno. Entonces le pregunté si podíamos hacer un examen para saber si era bueno a los ojos de Dios y aceptó mi propuesta. Comencé con la primer ley: ¿Alguna vez has dicho una mentira?. Me dijo que sí había mentido pero que Dios lo perdonaría porque Dios era muy amable. Su respuesta no fue diferente a la de un adulto. Muchas personas piensan que aunque han quebrantado los mandamientos, Dios va a perdonar a todo el mundo porque Él es muy bueno. Sin duda alguna Dios es bueno, pero también es justo y es algo que tenemos que explicar a la gente para que puedan entender por qué tuvo que morir Jesús en la cruz.

Entonces le pregunté a mi amigo Gastón que por qué Dios le iba a perdonar y su respuesta me fascinó: Dios va a perdonarme porque estudio mucho y respeto a mis padres. Esa respuesta tampoco es muy diferente a la de un adulto, nos agarramos a nuestros propios actos para conseguir salvación, eso es el inicio de religión, es lo mismo que hizo Adán y Eva cuando se cubrieron con hojas de higuera pensando que era suficiente para cubrir su vergüenza.

Entonces le di un ejemplo a mi amigo Gastón: «Si yo aparco mal mi coche y viene el policía me va a poner una multa. Pero yo siempre he sido muy respetuoso con mis padres y siempre he sido un gran alumno. ¿Crees que el policía va a perdonarme la multa?«, Gastón respondió: «No«. Cuando volví a preguntarle si sería inocente o culpable cuando estuviera en el día del juicio delante de Dios, Gastón aceptó que sería culpable. Había entendido que ser buen estudiante y respetuoso con sus padres no era suficiente para entrar al cielo.

Entonces le pregunté dónde irían los culpables. Podía sentir la convicción de pecado que tenía. Después de un minuto en silencio, sin yo decirle nada, por fin me dice: al infierno.

«¿Te preocupa Gastón?», le pregunté. Su respuesta me quebrantó: «Sí.»

Cuando le hablé de alguien que estaba dispuesto a recibir el castigo que el merece para salvarlo, me dijo: «Solo alguien muy bueno haría eso por mí». Exactamente, eso es lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. Gastón me dijo que cuando llegara a su casa le pediría a Cristo misericordia para que lo perdonara por sus pecados.

La conversación con mi pequeño amigo me hizo darme cuenta que no importa nuestra edad, cuando evangelizamos usando la ley toda la confianza que tenemos en nuestras buenas obras es destruida y nuestra única esperanza de salvación es Cristo.

Pregunta: ¿En qué cosas confía la gente para ganarse el cielo?

Averías en el baño

El último mes mi baño ha sido un auténtico caos. Todo comenzó cuando mis vecinos se quejaron de que había una inundación en su piso y todo indicaba que la causa era mi baño. Los fontaneros vinieron a mi casa y abrieron la pared del cuarto de baño para revisar las tuberías, el resultado fue que la culpa no era mía sino del vecino del quinto piso. Parte de la pared permaneció rota todo este tiempo y he tenido que esperar hasta esta semana para que los fontaneros y albañiles regresaran.

La tubería estaba averiada y era necesario cambiarla por completo. No solo rompieron más pared, también abrieron el techo. Dos días con un olor insoportable, polvo por todos lados y una sensación de tremenda incomodidad. Pero lo cierto es que si se quiere arreglar el problema de una vez por todas, no hay otra forma de hacerlo.

Si queremos soluciones reales tenemos que pasar por todo el proceso por más incomodo y doloroso que sea. No hay remedios rápidos para problemas complejos.  Las chapuzas a la larga no funcionan, tarde o temprano el problema vuelve a surgir. Esto se puede aplicar en cualquier área de nuestra vida. Por más incomodo y doloroso que parezca, merece la pena ir a la raíz del problema.

El pecado es un problema serio. La cruz es una respuesta muy seria al problema del pecado. Jesucristo no hace chapuzas en nuestra vida, él quiere ir a lo más profundo y transformarnos por completo.

Por ejemplo, una mente corrupta no puede pensar en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre… Necesitamos una mente nueva para pensar en esas cosas, necesitamos la mente de Cristo. Una vida entregada al pecado no puede cambiar de un momento a otro a menos que Dios cambie lo más profundo que hay en nosotros. Necesitamos volver a nacer.

Y eso es lo que ocurre cuando confiamos en Cristo y en su sacrificio por nosotros. Se trata de dejar de confiar en que nosotros podemos «solucionar» nuestro problema y poner toda nuestra fe en el único que puede cambiarnos de verdad. Este proceso es incomodo y doloroso, siempre involucra morir a nosotros mismos y renunciar al mundo para ganar a Cristo.

Pregunta: ¿Como evangelistas, cómo podemos dejar de ofrecer soluciones rápidas al problema tan serio del pecado?

¿Puedo hacerlo yo solo?

Nunca olvidaré mi conversación con Jóse, un madrileño de 40 años. Por varios minutos conversamos sobre la eternidad y sobre el cristianismo. En su mirada se notaba que estaba enfadado y no paraba de decirme que todo era mentira. Cuando por fin comencé a confrontarlo sobre la realidad del pecado, parecía que por fin entendía que no había nadie bueno delante de Dios y que si eramos honestos con nosotros mismos, absolutamente todos eramos culpables. Confesó que aunque no creía en nada, sí que era culpable de quebrantar los mandamientos de Dios. En el momento que comencé a hablarle sobre cómo ser libres de la esclavitud de nuestro pecado, sus ojos volvieron a encenderse con ira e incredulidad. Me dijo: «Nadie nos puede hacer libres, solo nosotros mismos tenemos ese poder».

Si soy honesto me encantaría pensar que los seres humanos tenemos el poder para liberarnos del pecado por nosotros mismos. Sería fantástico tomar un día la decisión de nunca volver a mentir y conseguirlo. Como si se tratara de apuntarse a clases de inglés, pensamos que nosotros tenemos la fuerza y capacidad para dejar de robar, dejar de cometer adulterio, amar a nuestros enemigos o morir a nuestro orgullo. Pero eso nunca ha estado más lejos de la realidad. No hay nada dentro de nosotros que nos pueda hacer libres de nuestro pecado. Jesucristo mismo dijo que el que peca es esclavo de su pecado ¿Cómo puede un esclavo romper sus propias cadenas?

He hablado con decenas de hombres infieles. Casi todos me han asegurado que saben que están haciendo un daño terrible a su familia, pero al mismo tiempo confiesan frustrados que se sienten atados de pies a cabeza a su infidelidad. El pecado es más fuerte que ellos. Recuerdo mis días de adolescente cuando trataba a mis padres con desprecio, y aunque sabía que estaba haciendo algo malo, la ira era algo más fuerte que yo. No tenía control de mi mismo.

¿Cuántos maltratadores, violadores, ladrones, asesinos, envidiosos… (y la lista sigue y sigue..) no quisieran un día despertarse y tener control sobre si mismos y nunca más volver a cometer ninguna de las atrocidades que cometieron en su pasado? Tengo claro que nuestra incapacidad de vencer al pecado no nos justifica de haberlo cometido. Somos culpables delante de Dios. Por años hemos amado nuestro pecado pensando que podíamos controlarlo y de repente nos damos cuenta que ocurre todo lo contrario y que es el pecado el que nos controla a nosotros.

Le pregunté a Jóse (el madrileño) que si él estaba tan seguro de que él tiene la fuerza para liberarse de su propio pecado, entonces si a partir de ese momento sería capaz de nunca volver a mentir o a tener un pensamiento de lujuria. No supo que contestar.

Pregunta: ¿Hasta cuándo nos daremos cuenta de que necesitamos desesperadamente un Salvador?

Muy bueno muy bueno, no bebo y no fumo

«¿Cuándo mueras entrarás al cielo?» le pregunté. Su respuesta me sacudió: «Claro que sí, yo soy muy bueno muy bueno, no bebo y no fumo«. En seguida le pregunté que si nunca había dicho una mentira y me respondió que por supuesto (que sí), que todos mentíamos.

¿Hasta qué punto hemos creído que Dios mira lo externo y no lo interno? ¿Por qué nos parece que fumar y beber está mal pero mentir y robar es algo normal? Pensamos que no tener vicios nos convierte en seres maravillosos cuando la realidad es que lo que Dios realmente mira es lo interno de nuestro corazón. Hemos decidido ser nuestros propios dioses y decidir lo que a nuestro modo de entender está bien y mal. Miramos feo a los que van tatuados o llenos de piercings pero el adulterio y la envidia pasan completamente inadvertidos.

Cuando compartas tu fe no centres tu conversación en las cosas externas (fumar, beber, tatuajes, piercings, formas de vestir, música que escucha) sino en las cosas internas (envidia, lujuria, mentira, egoísmo, orgullo, falta de perdón). Lo que realmente queremos es ir a la raíz de la situación y no a la capa superficial. Te ayudará a ser mucho más eficaz y ayudará a las personas a entender que Dios está mucho más interesado en lo que hay dentro de nosotros y que lo que realmente necesitamos es un cambio de corazón y no un cambio de apariencia.

 

 

Compro oro

Si has caminado alguna vez por la Puerta del Sol es muy probable que hayas visto a los hombre anuncio «compro oro». Con chaleco color amarillo fosforito, y en su mayoría dominicanos o colombianos, pasan todo el día en la plaza buscando personas que vendan o empeñen sus joyas.

Ayer, por primera vez, hablé con uno de ellos que había escuchado atentamente a uno de los predicadores de Kilómetro Cero, y sabía que era la oportunidad perfecta para conversar con él.  Me sorprendió que me dijera que era ateo ya que la mayoría de los latinoamericanos suelen tener algún tipo de creencia religiosa. Aún así, le dije que suponiendo que todo lo que había escuchado fuera real, si él iría al cielo. Me contestó que no. Después de confrontarlo con tres de los diez mandamientos, confesó que sería culpable. Cuando le pregunté a dónde irán los culpables, sin yo decirle nada, mi amigo ateo dijo: al infierno. Me quedé helado. El mismo hombre que antes decía no creer en nada, después de entrar bajo convicción de pecado, sabía que iría al infierno.

Esto me recordó que el Espíritu Santo no solo convence de pecado, también convence de juicio y por lo tanto, las personas que están bajo convicción de pecado genuina saben que irán al infierno. Es mucho mejor esperar a que la persona entre bajo esta convicción sobrenatural que viene de parte de Dios que intentar convencerlas con nuestras propias fuerzas.

Pregunta: ¿Alguna vez has visto a una persona bajo una convicción de pecado auténtica?