Hace dos días tuve mi primer experiencia evangelizando a un niño madrileño de 9 años: Gastón. Lo conocí en la calle en un tiempo de evangelismo con la Iglesia Cuadrangular de la calle Monederos (Madrid). Mientras alguien daba su testimonio y otra persona del equipo predicaba un sermón ilustrado, Gastón estaba completamente anclado en el suelo escuchando atentamente.
Al terminar el sermón me acerqué a él y comencé a preguntarle acerca de la eternidad. Me dijo que él entraría al cielo porque era muy bueno. Entonces le pregunté si podíamos hacer un examen para saber si era bueno a los ojos de Dios y aceptó mi propuesta. Comencé con la primer ley: ¿Alguna vez has dicho una mentira?. Me dijo que sí había mentido pero que Dios lo perdonaría porque Dios era muy amable. Su respuesta no fue diferente a la de un adulto. Muchas personas piensan que aunque han quebrantado los mandamientos, Dios va a perdonar a todo el mundo porque Él es muy bueno. Sin duda alguna Dios es bueno, pero también es justo y es algo que tenemos que explicar a la gente para que puedan entender por qué tuvo que morir Jesús en la cruz.
Entonces le pregunté a mi amigo Gastón que por qué Dios le iba a perdonar y su respuesta me fascinó: Dios va a perdonarme porque estudio mucho y respeto a mis padres. Esa respuesta tampoco es muy diferente a la de un adulto, nos agarramos a nuestros propios actos para conseguir salvación, eso es el inicio de religión, es lo mismo que hizo Adán y Eva cuando se cubrieron con hojas de higuera pensando que era suficiente para cubrir su vergüenza.
Entonces le di un ejemplo a mi amigo Gastón: «Si yo aparco mal mi coche y viene el policía me va a poner una multa. Pero yo siempre he sido muy respetuoso con mis padres y siempre he sido un gran alumno. ¿Crees que el policía va a perdonarme la multa?«, Gastón respondió: «No«. Cuando volví a preguntarle si sería inocente o culpable cuando estuviera en el día del juicio delante de Dios, Gastón aceptó que sería culpable. Había entendido que ser buen estudiante y respetuoso con sus padres no era suficiente para entrar al cielo.
Entonces le pregunté dónde irían los culpables. Podía sentir la convicción de pecado que tenía. Después de un minuto en silencio, sin yo decirle nada, por fin me dice: al infierno.
«¿Te preocupa Gastón?», le pregunté. Su respuesta me quebrantó: «Sí.»
Cuando le hablé de alguien que estaba dispuesto a recibir el castigo que el merece para salvarlo, me dijo: «Solo alguien muy bueno haría eso por mí». Exactamente, eso es lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. Gastón me dijo que cuando llegara a su casa le pediría a Cristo misericordia para que lo perdonara por sus pecados.
La conversación con mi pequeño amigo me hizo darme cuenta que no importa nuestra edad, cuando evangelizamos usando la ley toda la confianza que tenemos en nuestras buenas obras es destruida y nuestra única esperanza de salvación es Cristo.
Pregunta: ¿En qué cosas confía la gente para ganarse el cielo?
En la «fe heredada» de padres o abuelos. Algunos tienen parientes o amigos que han estado orando por ellos durante años. Muchos llegan a creer que esas oraciones les cubren de manera que pasan a ser salvos, y que Dios les perdonará porque hará caso a las oraciones de sus familiares.
El Cielo no se gana, lo da Cristo por Misericordia. Es decir, Cristo es el que nos salva. Todo es gracia de Dios.